Hace no tanto, la polarización política era un tema de moda en los círculos académicos y tertulias de café. Los expertos se rasgaban las v...
Hace no tanto, la polarización política era un tema de moda en los círculos académicos y tertulias de café. Los expertos se rasgaban las vestiduras preguntándose qué diablos era ese fenómeno, qué países lo sufrían más y si acabaría por cargarse la democracia. Hoy, sin embargo, el debate ha muerto. No porque hayamos resuelto el problema, sino porque, como buenos hijos de nuestro tiempo, hemos normalizado que la política sea un campo de batalla donde la razón es la primera baja.
Por eso sigue siendo válido, pertinente y hasta urgente mantener en el aire la pregunta: ¿Qué cuernos es la polarización (y por qué ya ni nos sorprende)?
Cuando hablamos de polarización, en realidad hablamos de tres fenómenos que se alimentan mutuamente como buitres sobre el cadáver de la ética en la política. Vamos a diseccionarlos con el bisturí de los datos y el cinismo que merecen, usando a México como ejemplo de manual.
1. La Polarización ideológica: O estás conmigo o contra mí (y se acabó)
Aquí la premisa es simple: tu ideología ya no determina solo tu voto, sino también tu opinión sobre el precio de las verduras, la moralidad de tu vecino y hasta si consultas o no tu horóscopo. En México, si votas a la derecha, lo más probable es que creas que el libre mercado y el consumismo son la única salvación para la maltrecha economía y permitir que Donald Trump invada el país para erradicar al narco. Si votas a la izquierda, en cambio, defenderás que papá gobierno te proporcione becas hasta por respirar y estarás de acuerdo en que demoler las instituciones es una deliciosa venganza.
Lo gracioso (o trágico) es que esta división no es nueva, pero se ha agudizado hasta el punto de que ya ni siquiera discutimos ideas: simplemente asumimos que el otro bando es moralmente inferior. Y esto no es solo cosa nuestra: Cada vez más países acumulan décadas jugando al mismo juego autodestructivo.
2. Polarización afectiva: El fútbol político (pero sin juego limpio)
En estos años veintes de los dosmiles, la política ha superado a la religión, el género e incluso al fútbol como fuente de identidad tribal. Es decir, odias más al votante del partido rival que al ultra que quema las banderas de tu equipo favorito. Compartir voto genera un vínculo emocional más fuerte que compartir creencias, valores o incluso el ADN.
En México esto lleva poco más de una década cocinándose, pero ahora es más evidente que nunca: la política ya no es debate, es guerra de clanes.
Y lo peor es que nos encanta.
3. Polarización cotidiana: Vivir en una burbuja (y creer que a todo el mundo le encanta nuestro perfume)
Aquí es donde la cosa se pone surrealista. No solo votamos distinto, sino que vivimos en universos paralelos. Los votantes de izquierda compran amlitos, escuchan corridos tumbados y van al Zócalo cada vez que son convocados. Los de derecha prefieren el cualquier música que no sea en español, aman los toros y presumen estar al día en las tablas de posición de la Fórmula 1.
Lo preocupante no es que tengamos gustos distintos, sino que ya no nos mezclamos. Vivimos en barrios, cotos residenciales, círculos sociales y hasta algoritmos que refuerzan nuestra visión del mundo, convirtiendo al "otro" en una caricatura grotesca.
¿Por qué hemos llegado a esto? (O Cómo aprendimos a sentirnos bien odiando al otro)
Las causas de esta polarización son tan ridículamente obvias que casi provocan depresión:
- Los algoritmos de las redes sociales nos han convertido en adictos a la dopamina del escándalo que coincide con lo que creemos.
- Los partidos políticos descubrieron que dividir a la gente les conviene más a ellos que a la propia gente.
- Las nuevas normas sociales castigan el racismo o el machismo, pero premian el odio al "chairo" o al "fifí".
La nueva lógica nos muestra que insultar a alguien por su raza, por su fisonomía o por su preferencia sexual te convierte en un paria, pero insultar a un rival político te hace un "combatiente por la causa y un patriota". Y así nos va.
¿Y ahora qué? ¿Nos matamos o qué?
Los académicos llevan años preguntándose cuándo la polarización deriva en violencia política. La respuesta corta es: ya está pasando. Estudios recientes muestran que buena parte de la población acepta cierta violencia si cree que es "por una buena causa". Vamos, que si mañana alguien justifica una masacre aceptada o promovida por el poder con el argumento de "defender la democracia", eso no nos sorprenderá tanto.
Pero no todo está perdido. Algunos empiezan a hablar de despolarización, es decir, de recordar que, pese a nuestras diferencias, compartimos más valores de los que creemos. Claro que, para eso, tendríamos que dejar de tratarnos como enemigos. Y eso, amigos míos, no vende. De hecho, estoy sospechando que este video va a tener muy pocas vistas simplemente porque no tira estiércol a diestra y siniestra.
Conclusión: El circo sigue (y nosotros somos los payasos)
El debate ya no es si estamos polarizados, sino cuánto daño estamos dispuestos a aceptar. La polarización no es un accidente: es el negocio de los que viven del enfrentamiento. Y mientras sigamos comprando su producto, el espectáculo continuará.
Así que, la próxima vez que sientas el impulso de demonizar a "los otros", recuerda: el verdadero enemigo no es el que piensa distinto, sino el que obtiene el beneficio de que nunca podamos entendernos.
Porque somos nosotros, los mismísimos mexicanos, los que estamos alimentando a la bestia con nuestros desencuentros. Hay gente muy mala que está provocando, impulsando y estimulando el odio entre nosotros, y eso es lo que debería de verdad meternos miedo, porque son monstruos que se alimentan de nuestra derrota como sociedad.