¿Para qué sirve el verdadero PERIODISMO?: para tener enemigos poderosos y morir pobre

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  Para eso sirve el periodismo, dicen muchos colegas -y mi esposa-, y con mucha razón, pero eso sale barato cuando el resultado de ello es p...

 

Para eso sirve el periodismo, dicen muchos colegas -y mi esposa-, y con mucha razón, pero eso sale barato cuando el resultado de ello es poder decir la verdad y confrontar a los que tienen el poder. También para eso sirve el periodismo.

Los periodistas no solemos ser fans de otros periodistas, salvo que estén muertos o muy lejos de nosotros, pero este fin de semana pasado me encontré con un escrito de Jorge Ramos que me ha parecido no sólo de lo más oportuno, sino un buen pretexto para abrazar más fuerte y de manera más contundente esto que bien día Gabo que es el mejor oficio del mundo, aunque hoy hay un doble riesgo al ejercerlo como se debe porque se trata también de no terminar encerrado, exiliado o sustituido por un algoritmo con mejor peinado.

En mi estudio tengo la fortuna de recibir a muchos jóvenes universitarios, y a todos ellos les hago tres preguntas que hoy le hago justo a usted para que las piense y se las conteste en este momento: ¿Cuándo fue la última vez que fue a comprar un periódico?, ¿cuándo fue la última vez que sintonizó un canal de televisión abierta?, ¿cuándo fue la última vez que sintonizó la radio de su casa o de su auto?

No he encontrado a ni un solo joven que me responda positivamente la primera, y mire que me he reunido con cientos de ellos. Nadie debajo de la línea de los venticinco años ha ido a comprar un diario impreso.

La segunda pregunta sólo encuentra respuesta positiva cuando se trata de eventos deportivos, y hasta allí llega la relevancia de las transmisiones televisivas en vivo. Prácticamente todos regresan a sus servicios de streaming en cuanto se acaba el evento que les interesa... siempre y cuando no se trate de alguna pelea en Netflix, o la Champions League en Max, o la Fórmula Uno en Prime, porque entonces allí ya no tienen necesidad de salirse de las plataformas.

La tercer pregunta es engañosa, porque casi todos dicen que escuchan radio unas tres veces por semana, pero ese momento de escucha se reduce drásticamente cuando resulta que el único lugar en donde lo hacen es en el auto, y es allí donde resulta que el tiempo que pasan expuestos a la radio no supera los veinte minutos, y eso siempre y cuando no estén enganchados con algún podcast, porque entonces resulta que este formato está desplazando sistemáticamente a las ondas herzianas.

Las tres respuestas no quieren decir que la gente haya dejado de leer, de ver o de escuchar noticias. Para nada. Al contrario, consumen mucho más. La realidad es que el carrier ha cambiado drásticamente, y todo lo que leen, ven y escuchan está en sus teléfonos, donde la variedad es prácticamente infinita.

Atrás, muy atrás quedó esa era dorada en la que la gente recibía sus noticias en periódicos de papel —ya saben, esos objetos misteriosos que manchaban los dedos de tinta y la conciencia de verdad—. Los noticieros nocturnos son absolutamente cosa del pasado, cuando un solo bigote canoso bastaba para que nos cuestionáramos la razón de una guerra. Hoy, millones dormimos abrazados a nuestros celulares como si fueran ositos de peluche radioactivos, y despertamos con notificaciones que informan que el mundo se está incendiando, y que la economía se está hundiando, y que los países se están rearmando, y que las libertdades civiles están disminuyendo... y nos detenemos para ver una y otra vez al perrito que hace yoga.

Y el problema —además del hecho de que el perrito es más elocuente que la mayoría de los políticos— es que muchas plataformas digitales y algunos influencers (o sea, toda una generación de opinólogos con cero neuronas pero con muchísimo “engagement”) difunden información que no tiene base en nada más sólido que su hambre de likes, su ignorancia crónica o el dulce sabor del patrocinio encubierto.

La ventaja que todavía tenemos los periodistas —sí, los dinosaurios de la pluma, los últimos románticos del dato verificado— es que nos entrenamos para reportar la realidad tal como es, no como nos gustaría que fuera, ni como le gustaría a la presidenta, ni como lo dictan los algoritmos de Silicon Valley, ni como la sueña un community manager con déficit de atención.

En tiempos donde los gobiernos mienten más que un niño con las manos llenas de chocolate, donde la tecnología crea realidades alternativas más rápido que un burócrata borra archivos, y donde surgen medios digitales como hongos tóxicos cobijados por la humedad de la ignorancia, el periodismo no solo es importante: es una especie en peligro de extinción que hay que proteger tanto o incluso más que al ajolote, e igual que al sentido común.

Conviene proteger al periodismo porque ya tenemos encima un momento oscuro para la humanidad. La facilidad con la que se pueden falsificar escenarios, imágenes, voces y personas es a la par pasmosa y preocupante. El propio Jorge Ramos se quejaba en su escrito que en redes sociales han aparecido anuncios en los que, supuestamente él vende píldoras para tener más energía y ofrece reembolsos bancarios como si fuera una mezcla de chamán con estafador nigeriano. Todo mentira, por supuesto. De hecho, si se revisa con cuidado el material al que se refiere Ramos es posible detectar un deepfake más bien burdo y que no coincide con el movimiento de sus labios.

Y es aquí donde viene lo más tenebroso: el video, aunque burdo, funciona. Muy pocos notan esas cosas cuando viven hipnotizados por una pantalla. En unas semanas —si no es que ya—, saldrá una app que podrá generar un video perfecto donde será imposible saber si Jorge Ramos, usted o yo somos nuestra versión deepfake. En ese escenario distópico, ya no bastará ver para creer. Tendremos que investigar para poder dudar.

Por eso es importante el periodismo. Por eso, como consumidores de noticias, no basta con tragar lo que nos dan. Hay que masticar, digerir y escupir lo que no sirve. Verificar fuentes, dudar de lo obvio, sospechar del entusiasmo digital. Para eso también sirve el periodismo: para decir "eso no es cierto", incluso cuando todo el mundo lo comparte.

Además de buscar la verdad, por incómoda y maloliente que sea, el otro gran propósito del periodismo es cuestionar a los poderosos. Para eso estamos. Para incomodar. Para joder con elegancia. Para decirle al emperador y a la emperatriz en turno que van desnudos, aunque el emperador tenga cien trolls y la emperatriz un bufete de abogados.

Y no, no estoy peleado con la objetividad. Al contrario. Creo en reportar con datos, hechos, cifras, observaciones y descripciones. Pero eso no significa que seamos neutrales. Neutralidad no es sinónimo de ser estúpido. No es lo mismo entrevistar a un criminar que a una víctima de ese criminal. Una entrevista es para entender; la otra, para desenmascarar.

El obispo Desmond Tutu, ese santo rebelde que, junto a Nelson Mandela, ayudó a reventar el apartheid como si fuera una burbuja de odio, habló alguna vez sobre el significado de la neutralidad, y sus palabras resuenan cada vez más fuerte: "Si tú permaneces neutral frente a una injusticia, estás tomando el lado del opresor. Si un elefante pone su pata sobre la cola de un ratón, el ratón no va a agradecer tu neutralidad".

Eso se aplica perfectamente al periodismo. Si un periodista de verdad tiene la oportunidad de entrevistar a alguien poderoso, su deber es hacer preguntas duras, incómodas, irritantes. Preguntas que los hagan sudan, que provoquen arrugas en sus frentes, que dejen al descubierto la miseria detrás del poder. 

Si no hace eso, no es periodista: las redes sociales están llenas de pseudoentrevistas que sólo sirven para que entrevista para adular, para halagar, para lisonjear, para alabar y para exaltar a los dueños de dinero con el que alimentan a esos voceros de relaciones públicas deshonestos y serviles que "interrogan" a sueldo por hambre.

Ya que hablamos entonces de tomar partido cuando se ejerce el periodismo, no hay mucho a dónde irse. ¿Cuándo hay que tomar partido? ¿Cuándo dejar la cómoda ilusión de la imparcialidad para ponerse del lado correcto de la historia? Coincido con muchos colegas en que prácticamente sólo hay siete momentos en los que no aplica la neutralidad:

* En casos de racismo.
* En casos de discriminación.
* En casos de corrupción.
* En casos de mentiras públicas.
* En casos de violación de derechos humanos.
* En casos de dictaduras.
* Y en casos de destrucción del medio ambiente.

Estos siete momentos aplican lo mismo cuando se tiene a un Presidente o gobernante de cualquier país enfrente, o cuando se tiene al presidente municipal del ayuntamiento más pobre a tiro de grabadora.

Esas siete reservas de 'objetividad' son aplicables siempre y ante cualquiera. Desde el Dictador o el regente de una nación poderosa, hasta al Presidente Municipal del ayuntamiento más pobre del país. No hay periodismo pequeño cuando es valiente. Lo malo es que hay muchos periodistas pequeños a los que les faltan... valores periodísticos y ética profesional.

En cualquiera de esos casos, no ser parcial es ser cómplice. Y en tiempos como los que vivimos, ser periodista es un acto de resistencia. Un grito en medio del ruido. Una molesta, persistente, gloriosa espina en el costado del poder.

Y que así sea.

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¿Para qué sirve el verdadero PERIODISMO?: para tener enemigos poderosos y morir pobre
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