La narcocultura no es una moda pasajera, es el horrible espejo que refleja a un México deformado que lleva décadas nadando en sangre, corr...
La narcocultura no es una moda pasajera, es el horrible espejo que refleja a un México deformado que lleva décadas nadando en sangre, corrupción e impunidad. No es solo música, es un estilo de vida enraizado hasta la médula: los tenis, los Rolex, las botellas de Buchannans, las camisas bordadas, el lenguaje, los gestos, la ética (o más bien, la falta de ella). Es la perversión del sueño mexicano: "Para ser, hay que matar. Para progresar, hay que corromper". Y lo peor es que de tanto esconderlo terminó brotando con toda su crudeza y ahora ya ni siquiera lo esconden. Se vende, se consume, se aplaude.
El narco ya no solo domina las calles; domina el imaginario colectivo. Las series de Netflix glorifican a los capos, los influencers le queman incienso a los sicarios, y hasta el mismísimo Obama tiene a Peso Pluma en su playlist. El Culiacanazo, ese bochorno nacional donde el gobierno le entregó el trasero al crimen, se convirtió en contenido para redes: likes, memes, merchandising. ¿Vergüenza? Eso es para los débiles. Hoy lo que importa es el engagement.
El doble juego del gobierno: ¿Censura o teatro?
El caso de Luis R. Conriquez es paradigmático. En enero, cantó sin problemas "El Gavilán", un himno a los Chapitos, en Aguascalientes. Pero el sábado 12, en Texcoco, le cortaron el sonido. ¿Razón? "No puedes glorificar al narco", le dijeron. El artista, entre sumiso y astuto, anunció que cambiaría sus letras "por presión del gobierno". Horas después, irónicamente en el mismo municipio donde el artista le cantó loas al Chapo, Claudia Sheinbaum salió a aclarar: "No hay prohibición, solo queremos otro contenido". La ambiguedad de la presidenta sobre este tema y su urgencia de aclarar que su gobierno no era el censor no sólo suena timorata, sino incluso cómplice. No vaya a ser que se enoje YSQ y se fastidien los acuerdos y los pactos con el narco, que tiene su larga mano bien metida en el multimillonario negocio de los narcocorridos.
¿Hasta ahora les preocupa el mensaje que ellos mismos protegieron e impulsaron? Tras seis años de abrazos al huachicol, de negociar con cárteles, de soltar a capos, de militarizar el país sin resultados, ¿de pronto les da por ser los guardianes de la moral musical?. Mire usted, qué conveniente.
Peso Pluma lo admitió sin tapujos: "A veces los narcos mismos te piden corridos. Uno no sabe quién está del otro lado, solo escribe lo que le piden". Los Tigres del Norte, los Tucanes, y ahora los corridos tumbados: el negocio siempre ha sido el mismo. La diferencia es que hoy el narco ya no necesita metáforas; escribe su propia propaganda sin pudor.
"Prohibido prohibir": La hipocresía de siempre
Eulalio González, mejor conocido como El Piporro lo dijo mejor que nadie: "Lo que al rico le festejan, al pobre se lo critican". Si un empresario blanco, de apellido elegante, hace fortunas con contratos públicos sobrepreciados, es un visionario. Si un pobre canta cómo un buchón se hizo rico a balazos, es un apología del delito. La moral selectiva de un país que perdona la corrupción pero castiga el folclor que la retrata desde la mismísima Revolución.
El problema no es la música. El problema es que el narco ya es parte del ADN nacional. No se combate cancelando canciones, sino acabando con la impunidad, reconstruyendo el tejido social, ofreciendo alternativas reales a los jóvenes, mejorando la calidad de la educación a nuestros niños. Pero eso requiere algo que el gobierno odia: ponerse a trabajar y dejar de proferir discursos huecos.
México va a seguir bailando al ritmo de los cárteles, comprando sus playeras, riendo con sus memes. Porque en México, la narcocultura no es entretenimiento: es el síntoma de una enfermedad que a todo el mundo no sólo le gusta padecerla, sino que le encanta presumirla y nadie se la quiere curar. Y el gobierno, en lugar de médico, se ha convertido en un censor malpagado que le cambia el nombre al cáncer para que suene menos feo.
¿Solución?
Menos prohibiciones, más educación.
Menos censura, más justicia.
Pero eso, claro, no vende en TikTok.