Si el teatro político fuera un deporte olímpico, México estaría ganando el oro, la plata, el bronce y hasta la medalla de participación. L...
Si el teatro político fuera un deporte olímpico, México estaría ganando el oro, la plata, el bronce y hasta la medalla de participación. La elección popular del Poder Judicial, experimento democrático que huele más a desesperación que a innovación, es la última joya de la corona en este reinado del absurdo. Un espectáculo tan ridículo que hasta el mismísimo Kafka se rascaría la cabeza y diría: “No, esto ya es demasiado”.
Acto I: El Reparto del Pastel (o cómo Morena se come todo)
En este circo de tres pistas, el Poder Ejecutivo, controlado por Morena, se lleva el primer tercio de la tarta judicial. El Legislativo, también bajo el dominio morenista, se sirve otro tercio. Y el Poder Judicial, en un giro tragicómico, se encarga de sabotear su propio Comité de Evaluación con resoluciones contradictorias que básicamente dicen: “Avancen, paren, síganme, no, espérense, mejor no, a lo mejor sí, aguántame tantito, dale, detente”. Ante tal desmadre, el Tribunal Electoral, con una mayoría de magistrados que parecen más leales a Morena que a la Constitución, decidió que la mejor forma de elegir a los candidatos era… ¡una tómbola! Sí, como en la feria del pueblo, pero con menos ética y más corrupción.
El INE, ese pobre organismo que intenta hacer elecciones con un presupuesto que parece más ajustado que el de una familia de clase media, tuvo que recortar el número de casillas a la mitad. ¿El resultado? Unos comicios que favorecen a quien tenga más armas, más dinero, más camiones, más sindicatos y más ganas de mover gente como si fueran piezas de ajedrez. Y aquí es donde entra Morena, con su maquinaria electoral bien aceitada por el crimen organizado y que parece sacada de una película de ciencia ficción que podría llamarse “El Imperio del Voto”.
Acto II: Los Aliados del Poder (o cómo los sindicatos y el crimen organizado también quieren su tajada)
No podemos olvidar a los sindicatos, esos grandes movilizadores de masas que, entre huelgas y marchas, siempre encuentran tiempo para llevar a su gente a votar por los candidatos que les convienen. Maestros, petroleros, la Catem… todos con su aparato de movilización listo para asegurarse de que los jueces y magistrados del futuro sean más leales a sus intereses que a la justicia.
Y, por supuesto, no podía faltar el crimen organizado que cogobierna con el reino de Ya Saben Quién. En algunas regiones, los cárteles no solo controlan el narcotráfico, sino también las urnas. Con su popularidad (y sus armas), harán lo que sea necesario para meter a “sus muchachos” en el Poder Judicial. Así que prepárense para ver a jueces que, además de dictar sentencias, saben cómo mover cocaína y lavar dinero.
Acto III: El Engaño Perfecto (o cómo gastar 6,329 millones de pesos en una farsa)
El costo de esta farsa es de 6,329 millones de pesos. Sí, ese es el precio de la ilusión democrática. Y no, no incluye ni torta ni refresco. El ciudadano que decida participar recibirá seis boletas de colores que parecen más un test de daltonismo que una elección. Morada, rosa, verde, azul, naranja, amarilla… ¿Estamos eligiendo jueces o pintando un arcoíris?
En total, el elector deberá elegir a 35 nombres entre 298 candidatos. ¿Quién tiene tiempo para investigar a 298 personas cuando siempre la regamos con una sola cada tres y cada seis años? ¿Quién sabe la diferencia entre un juez, un magistrado y un ministro? ¿Quién entiende las distintas materias jurídicas? La respuesta es: nadie. Bueno, tal vez unos cuantos abogados y politólogos, pero ellos ya están demasiado ocupados llorando en un rincón.
Acto IV: La Participación (o cómo Morena y sus amigos ganan sin competencia)
Este ejercicio engorroso y enredado está diseñado deliberadamente para desincentivar la participación… excepto, claro, la de los grupos de interés. Morena y los sindicatos ya tienen sus listas preparadas, sus camiones listos y sus votantes bien instruidos. “Voten por estos nombres, cópienlos en la casilla y no hagan preguntas”. ¿Democracia? No, gracias, esto es más bien un concurso de popularidad donde el premio es el control del Poder Judicial.
Epílogo: ¿Y yo por qué voy a ir?
En este espacio ya lo he dicho y lo reitero para que no quede duda alguna: no pienso asistir a legitimar ese embuste. No voy a perder mi domingo en una elección cuyo resultado está más decidido que el final de una telenovela. A menos que alguien me presente un argumento convincente (y no, “es tu deber como ciudadano” no cuenta), ocuparé mi tiempo con mi familia mientras veo cómo este país se convierte en un reality show donde los únicos perdedores somos nosotros.
Así que, querido lector, si decides participar en esta farsa, al menos llévate unas palomitas. Porque, al final del día, esto no es más que un espectáculo. Y como en todo buen espectáculo, lo único que nos queda es reír para no llorar.
Y así, hasta la próxima función sexenal.